El pasar un rato divertido con nuestros hijos en el parque, cantar mientras vamos al colegio, compartir un bocadillo, jugar al “que te pillo”, bailar cuando escuchamos una canción que nos gusta o ser cómplices en alguna aventura, no está reñido con ser un educador competente que sabe dónde está el límite.
La mítica frase “los padres no son amigos de sus hijos”, hizo daño, ya que muchos padres realizaron una interpretación generalista y errónea de la palabra amigo y, con ello, algunos educadores perdieron la espontaneidad en la relación con sus hijos.
Por supuesto que no somos sus colegas de instituto, ni vamos a pasar por alto una falta de respeto, queda fuera de toda duda nuestra responsabilidad como figuras de autoridad, nuestra labor de dirección, orientación y límite pero el practicar aficiones con ellos, jugar, vivir situaciones donde ambos somos aprendices, reír o compartir nuestro tiempo libre, no está reñido con ser unos educadores competentes.
Así que padres y madres, recuperemos el buen humor y acostumbrémonos a educar con un poco más de alegría. Recordad que nuestros hijos ven la vida a través nuestra y que una simple sonrisa puede mejorar el clima familiar, segregar endorfinas e incluso seremos más felices con solo repetirlo una vez al día.